Por: Martha Cuevas Garavito
Se acerca el fin de año y con él, nuestras conversaciones sobre el crecimiento de las virtudes en familia. Y siendo esta nuestra última conversación sobre este tema, les pregunto: ¿Cuál creen que debe ser la virtud para trabajar en este último mes, en el que vivimos la época de adviento y navidad?
Difícil responder con una sola palabra, pues este es un tiempo muy especial del año en el que vivenciamos muchas virtudes. La razón es porque la navidad tiene un eje central que es el amor. Y donde hay amor, amor de Dios, amor por Dios y para Dios, todas las virtudes están presentes.
Debemos es tener cuidado de cómo estamos viviendo estos días, porque esa vivencia es la que estaremos transmitiendo a nuestros hijos. ¿Estamos afanados por las reuniones, las novenas en familias o con amigos? ¿tenemos muchas cosas que alistar quizá para un viaje? ¿tenemos una larga lista de compras o cosas pendientes? ¿son tantas cosas, incluso la decoración navideña, que nos sentimos agobiados y estresados? ¿es esto lo que queremos que nuestros hijos recuerden? ¿es esto lo más importante de la navidad?
Seguramente muchos de nosotros recordamos la navidad con alegría y así queremos que la recuerden nuestros hijos. Recordamos los encuentros familiares, en ambiente de cariño y servicio. La comida, las novenas, los regalos y el tiempo de descanso. Todo esto es muy hermoso y puede hacer parte de la celebración; pero son alegrías humanas, imperfectas y pasajeras. Alegrías que por sí solas, durarán lo que dura un buñuelo o una natilla.
Pensemos entonces: ¿Conocemos el motivo profundo del ambiente de alegría que se vive en estos día? Para nosotros los cristianos, la alegría de la navidad se funda en la certeza de la llegada al mundo de Dios hecho hombre, que viene a traernos la salvación, la verdadera felicidad. Es por esto que la alegría de la navidad no debe ser pasajera. Al contrario, si logramos vivir estos días con atención en ese pequeño niño que esperamos con ansias, con el corazón y la mente puesta en Él; nuestra alegría perdurará todo el mes, todo el año entrante y por siempre. Porque está fundada en el amor de Dios que llega para quedarse. Ese amor que no tiene fin.
Por esto celebramos la navidad cada año. Porque queremos celebrar ese amor, esa oportunidad que se nos da de volver a amar. Amar a nuestros hijos, a nuestro esposo o esposa, a nuestros hermanos, familia y amigos como Dios nos ama: con plena generosidad y entrega.
Jesús nace en el silencio de un portal, entre pajas, pudiendo nacer en cualquier lugar, escoge lo más humilde y lo transforma en el lugar más importante de del mundo. Tanto que, en todos los rincones de la tierra, hacemos el pesebre para recordar cómo se hizo presente el amor entre nosotros. Pero el lugar donde Él espera nacer cada año es en nuestro corazón. Un corazón humilde y sencillo, pero sereno y tranquilo. Un corazón que se esté preparando para recibirlo por medio de una oración constante.
¿Te ven tus hijos orar? ¿Cómo tener presencia de Dios en medio de tantas ocupaciones? Además de nuestras oraciones diarias, la santa misa o el rosario vividos con alegría, hay mucho más que nos inspira a vivir la alegría de la presencia de Dios entre nosotros. Todo lo podemos volver oración. Podemos armar el pesebre en familia y en voz alta mientras colocamos cada uno de los personajes: conversamos con María y con José, sobre sus vivencias en Belén, sobre nuestras vivencias, nuestros deseos, nuestra gratitud a Dios.
Lo mismo al colocar algún detalle de decoración, la corona de adviento quizá el árbol, podemos repetir en voz alta, pequeñas jaculatorias: “Ya casi llegas Niño Dios” … “Ven Jesús y no te vayas” … “Prepara mi corazón para recibirte” … “Quiero amarte más Jesús” …
Y así como alistamos y decoramos nuestra casa para vivir esta alegría de navidad, nuestra alma también debe estar limpia y lista para recibir a Jesús. Una buena confesión será la mejor decoración y preparación para que este Niño pequeño se sienta a gusto en el Belén de nuestra alma. Y así se lo contaremos a nuestros hijos. Hay que quitar el polvo y el mugre del pecado que no nos deja vivir la plena felicidad y alegría de estos días.
Y la decoración de este corazón limpio serán todas esas obras de cariño y bondad que tengamos con los demás. Primero con los de nuestra propia casa: escuchando con atención y en silencio cuando nos hablan. Respondiendo de buena manera a lo que nos piden o preguntan. Sonriendo, ayudando en lo que podamos. Tratando de comprender las motivaciones e intereses del otro. Respetando la opinión ajena. Pensando en positivo sobre los demás, sin juzgar las intenciones. Utilizando, como nos enseña el papa Francisco, esas tres palabras maravillosas: gracias, perón y por favor. Todas estas cosas y las que vean que hacen bien para nuestro hogar, hechas por amor a Dios, irán creando el ambiente que Dios busca para nacer.
Viviendo este ambiente de navidad, vamos a querer llevarlo a los demás: a los abuelos, a los primos a los amigos. Aquí comenzamos a entender el porqué de las reuniones, las cenas, los villancicos, los regalos. Todo cobra sentido. Es una alegría tan grande que no nos la podemos quedar solo para nosotros y necesitamos compartirla. Es una alegría que quiere expresar nuestra gratitud a Dios por todo el amor que ha tenido con nosotros.
Involucremos a todos los de casa en estos encuentros y tradiciones. Hacer los menús para las cenas, que no deben ser costosas, ni complicadas, pero si saludables y agradables. Busquemos no gastar dinero en regalos, sino hacerlos en familia: tarjetas, alguna manualidad o algún postre. Regalos, sobre todo, que muestren la entrega del corazón: regalar oraciones, rosarios, pequeños favores, canciones, compañía, sonrisas, tiempo compartido.
A veces los papás nos dedicamos a hacer muchas cosas para tener dinero y poder comprar regalos. Pero olvidamos que lo más costoso que existe, tanto que no hay dinero para comprar, es el tiempo. Y no nos damos cuenta de que cuando recordamos las navidades vividas, poco recordamos los regalos recibidos, pero nunca olvidamos el tiempo, los momentos y la alegría compartida en familia.
¿Quieres aún hacerla más inolvidable para todos? ¿más especial? El papa Francisco nos lo enseña: salgamos a las periferias y ayudemos a quienes necesitan de nuestra alegría. Salgamos de la periferia de nuestro confort y vinculémonos a los grupos que hacen misiones en esta navidad, a las parroquias, a las fundaciones que trabajan con niños o personas desprotegidas y trabajemos en familia por hacerles una navidad en la alegría de Jesús que nace en todos.
Puedo asegurarles que esos días sirviendo a otros, en generosidad de tiempo y cariño, llevarán la alegría de la navidad en sus corazones a un nivel que jamás olvidarán. Porque estarán llevando el amor de Dios a los demás. Vivirán la verdadera navidad.
Les deseo una santa y feliz Navidad en familia.
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