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  • Foto del escritorDIÓCESIS DE ZIPAQUIRÁ

YO QUIERO SER MISIONERO, ¿Y TÚ?

Por: + HÉCTOR CUBILLOS PEÑA, Obispo de Zipaquirá

Ha llegado el mes de octubre, mes del Santo Rosario, pero también mes de las misiones. El próximo domingo 22 celebraremos el día de las misiones o como se le llama el DOMUND. Mes y domingo para orar por las misiones y para ofrendar con gran generosidad el aporte económico que ayude al Santo Padre y a todos en la Iglesia para renovar y darle nueva vida a esa tarea que el mismo Señor encomendó a la Iglesia.


No podemos hablar de misiones sin tener en cuenta la afirmación de San Pablo que le dice a Timoteo su discípulo: … “nuestro Salvador que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también que se entregó a sí mismo como rescate por todos” (I Tim 2,4-6). El amor de Dios para con los seres humanos es universal; no existe, ni ha existido, ni existirá alguien que no haya sido amado por Él. Si Dios Padre determinó la salvación de todos y si su enviado Jesús murió por todos, esto significa que todos hemos sido creados y llamados a participar de la vida maravillosa de Dios. Cada uno puede saber, llegar a sentir y vivir lleno del amor de Dios, libre de la noche del egoísmo, el error, la violencia y la muerte. Cristo ha triunfado sobre todo lo que destruye y daña a los seres humanos y los destruye. Pero, vemos que el mal sigue presente, que está en tantas formas. Lo cual quiere decir que Dios no se encuentra en muchos millones de hombres y en innumerables sociedades en el mundo. Tenemos necesidad de Dios.


Cristo, el Salvador vino enviado por su Padre; en la tierra predicó e hizo el bien a tantas personas, fue escuchado por multitudes y llevó a cabo su obra según la voluntad de su Padre al morir en la cruz y al resucitar de entre los muertos. Ello fue la victoria contundente de Dios sobre el mal y el pecado. Dios Padre lo coronó a su derecha en su gloria. Pero antes de subir al cielo les dio un encargo fundamental a todos sus discípulos: … “me ha sido dado todo poder en el cielo y la tierra. Id pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y estad seguros que yo estaré con vosotros día tras día hasta el fin del mundo” (Mt 18,18-20).


Los apóstoles y todos los discípulos recibieron este encargo: anunciar a Cristo y hacer que todo el mundo pudiera llegar a tener un encuentro con Jesús y sentir el amor de Dios para ver la transformación maravillosa en sus vidas. El encargo fue ni más ni menos hacer presente al mismo Jesús y esto porque Él, Jesús, ya no volvería a ser visto ni oído físicamente, sino a través de sus discípulos. Esto fue lo que hizo posible de que la vida y enseñanza de Jesús no se hubiera olvidado. Y para asegurar su triunfo, les comunicó el Espíritu Santo, el poder de Dios enviado también para asistir a los apóstoles y discípulos, es decir a todos los misioneros.


Esta es la misión de la Iglesia de ayer, de hoy y de mañana. La Iglesia es la que manifiesta a Cristo; la que transmite su enseñanza y la que hace que por el bautismo y la confirmación la nueva vida pueda hacerse visible. Pero, también no hay que olvidar que la misión tiene una fuente que es el amor y la misericordia de Dios. Sin estas la misión se enfría y debilita. El Dios que es amor es el que debe manifestar la Iglesia; y las gentes deben descubrir que la Iglesia que hace misión lo que en definitiva está haciendo es manifestando y promoviendo el mismo amor. Hoy la insistencia que todo bautizado y confirmado está escuchando es la de que él también es misionero, que todos somos misioneros, que quién no hace misión es cristiano subdesarrollado y atrofiado.


La voz de Jesús debe resonar en la mente y el corazón que escucha: … “id por todo el mundo y haced discípulos”. Para ello es necesario escuchar y dejarse empujar por el Espíritu Santo. Nos debe mover el mismo amor de Dios. Hemos de preguntarnos: ¿Qué le pasará a alguien que no está con Jesús, que no tiene la luz de la Palabra ni el amor de los sacramentos? ¿qué ha de apreciar en sí mismo el discípulo misionero que es de Jesús? ¿los dos están en las mismas condiciones? Nos deberían doler los millones de personas que no han oído de Jesús, o que sean olvidado de Él. Nos deberían alegrar los que sí están con Él.


Este mes es para orar por las misiones de la Iglesia para que pueda acercarse a través de cada uno al mayor número de los que están lejos de Dios; hemos de sentir la urgencia de ir a ellos; a los que viven en otros países del mundo, pero también a los cercanos: familiares, compañeros, amigos, vecinos. Toda parroquia debe ser misionera, no permanecer encerrada en sí misma. Muchas personas podrán llegar a Jesús por medio nuestro. Si no lo alcanzan tendremos que reconocer que ha sido por culpa nuestra.


La ofrenda económica generosa a la que se nos invita, nos ha de hacer pensar en el grado de fidelidad y solidaridad en el que nos encontramos cada uno en relación con el encargo misionero recibido de Jesús.


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