Por: Martha Cuevas Garavito
No estoy segura si el refrán que he colocado como título de este artículo es lo suficientemente claro para visualizar la virtud sobre la que conversaremos este mes. Lo digo, porque pareciera que la perseverancia es una virtud olvidada o confusa para muchos. Incluso puede que nuestros hijos no la conozcan, o no la entiendan, porque han nacido en medio de una cultura donde lo más importante es la ley del menor esfuerzo y la inmediatez.
Perseverancia significa mantenerse firme y constante en la consecución de objetivos, opiniones o actitudes asignadas o auto propuestas, hasta llegar al final. Es continuar en el tiempo, hasta obtener unos resultados que nos brindarán satisfacción el haberlos alcanzado. Es poder comenzar con la firme decisión de hacer algo, aunque no se tenga ganas de hacerlo, ni placer en obtenerlo y continuar mientras se trabaja hasta terminar.
Si lo pensamos con calma, estaremos de acuerdo con el poeta y escritor italiano Alfredo Graf: “la perseverancia es la virtud por las que todas las demás virtudes dan su fruto”. Y también nos uniremos a Leonardo da Vinci, quien dijo: “Si una persona es perseverante, aunque sea dura de entendimiento, se hará inteligente; y aunque sea débil se transformará en fuerte”.
Conclusión: debemos aprender a ser perseverantes y ejercitarnos en esta virtud para poder contagiarla a nuestros hijos. Porque es una virtud que los llevará por el camino de la felicidad. Iniciemos evaluándonos como adultos y padres: ¿Cómo estamos en perseverar en nuestras luchas diarias? Porque sabemos que la vida puede ser dura, que las decepciones son reales y que a veces todos nos sentimos desanimados. ¿Cómo reaccionamos cuando no logramos encontrar alguna cosa? ¿Qué comentamos o cómo nos comportamos cuando algo sale mal en el trabajo o en los quehaceres de casa? ¿o cuando no salen las cosas como las habíamos planeado? ¿Somos perseverante en nuestros propósitos personales, como la alimentación saludable, ejercicio, estudio, normas de piedad, etc.? ¿Cómo reaccionamos cuando alguno en casa se equivoca, o comete un error? ¿y cuando somos nosotros quienes nos equivocamos? ¿Nos mantenemos perseverante en sacar adelante nuestro matrimonio, dando lo mejor de cada uno? ¿y con la educación de nuestros hijos?
El lenguaje o las actitudes que manifestemos ante cualquiera de las situaciones planteadas anteriormente y muchas otras, serán una escuela de perseverancia para nuestros hijos. O por el contrario, estaremos contagiándolos de pereza, inconstancia, despreocupación, desidia, desinterés, dejadez, titubeo, indeterminación, inseguridad; e incluso, les dejaremos ver que no tenemos metas claras.
Esto último es determinante en la formación de la perseverancia, pues el no tener un ideal claro, un objetivo equilibrado y bien estructurado para nuestras luchas de cualquier ámbito, puede desvirtuar la perseverancia en terquedad. La terquedad, el obstinarse en no ceder o cambiar la decisión, cuando lo razonable sea hacerlo, no deja entrever un trabajo inteligente sino caprichoso. Necesitamos saber evaluar y reconocer cuando debemos dejar una obra que ya no es conveniente continuar.
La terquedad no lleva a nada. No permite analizar lo que sucede, sino que hace seguir y seguir encontrándonos una y otra vez con el mismo obstáculo. La perseverancia en cambio, nos lleva a intentar una y otra vez las cosas pero analizando lo que sucede, buscando nuevas estrategias y adecuando los esfuerzos según la situación, para no darnos por vencidos.
¿Quién no ha sentido deseos de abandonar una determinada actividad buena cuando se pone difícil? Cuando esto sucede, contamos con un elemento como familia para ejercitarnos y formar en esta virtud: el trabajo en equipo con nuestra pareja. El apoyarnos uno al otro cuando las cosas nos cuestan, o nos puede el cansancio, o cuando las cosas no salen bien.
Si en momentos así, escuchamos atentamente al otro, nos interesamos por lo que está viviendo, buscamos entender, decir una palabra de aliento o de ánimo; mostraremos al hijo que es parte de la vida tener estos sentimientos y vivencias, que todos nos cansamos o nos desilusionamos, pero que como familia estamos para apoyarnos, para fortalecernos y continuar con nuestros objetivos.
Veamos ahora algunas estrategias para enseñarles a nuestros hijos a ser perseverantes:
Ayudemos a nuestros hijos, haciendo preguntas sobre lo que quieren hacer y cómo lo van a hacer. Pero no hagamos las cosas por ellos. Estemos cerca, dándoles el tiempo y el espacio para que intenten las cosas, para que se equivoquen y puedan seguir tratando. Luego aprenderán también que se puede pedir ayuda y consejo.
El experimentar fracasos y desafíos hace que los niños establezcan la conexión entre logro y perseverancia. Por esos es bueno permitirles experimentar pequeñas frustraciones. Acompañarlos en esos momentos y ayudarles a decantar lo que están viviendo con preguntas como: ¿Qué crees que sucedió? ¿Por qué fallaron las cosas? ¿Qué puedes hacer con lo que sucedió? ¿Qué hubieras hecho diferente? Así irán entendiendo que se sacan aprendizajes de estos momentos.
Es muy importante el apoyo emocional que les brindemos. Por eso, sin importar lo que hagan o lo que suceda, debemos expresar a nuestros hijos que los seguimos amando, que estamos y estaremos ahí siempre para apoyarlos, ayudarles a llevar ese error, esa dificultad, ese sentimiento de tristeza y frustración que tienen. Pero no vamos a solucionar las cosas o corregirlas por ellos. De lo contrario, estaríamos diciéndoles que son incapaces y no les permitiríamos desarrollar su perseverancia.
Démosles responsabilidades acordes a su edad, (que puedan hacerlas, pero que le cueste un poco). Si son actividades en las que están interesados, será más fácil que se comprometa e invierta tiempo y dedicación; que puedan buscar soluciones para cumplir el objetivo propuesto y que continúen hasta terminar.
El expresar algunas palabras de aliento: “Tú puedes”, “te estás esforzando” , “ vas bien”, les ayudará para que puedan soportar las dificultades con ánimo, con paciencia. Aquí es muy importante hacer énfasis en el esfuerzo, en el proceso, reconociendo cada pequeño logro, cada tiempo y trabajo invertido en algo. En el aprendizaje, el esfuerzo ya es un logro. Reconozcamos también que hubo cosas o momentos difíciles, pero que se perseveró en lo que se hacía. Una actitud positiva manifestada en palabras y actitudes les ayudará a ser perseverantes.
El fundamento para un cristiano de la actitud positiva, no es un simple optimismo, tiene un origen y una seguridad real: nuestra fe en Dios. Así debemos recordarlo a nuestros hijos y a nosotros mismos. Como lo indica San Pablo en la carta a los Romanos: para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien (Romanos 8:28). Incluso aquellas cosas que no entendemos, o no resultan como lo teníamos previsto.
Para poder perseverar es muy importante mantener un ideal que nos permita luchar, resistir y perseverar. Y no hay ideal más grande que la santidad. Mantenernos en el camino de seguir a Jesús. Es ahí donde radica la importancia de la perseverancia, en la búsqueda de la mayor felicidad que podemos enseñar a nuestros hijos. Perseverar en la oración, perseverar en la fe, en el amor, perseverar en el perdón, en la entrega, en la generosidad, en el sacrificio.
Los invito a leer nuevamente el mensaje del papa Francisco para la cuaresma del año pasado, basado en el texto de la carta del apóstol San Pablo a los Gálatas 6, 9-10: “No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo”. Les dejo el link para que lo puedan conversar en familia.
Que la perseverancia nos lleve a todos como familia a conseguir el logro más importante: el cielo.
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