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  • Foto del escritorDIÓCESIS DE ZIPAQUIRÁ

NUESTROS HERMANOS LOS SANTOS

Actualizado: 3 nov 2022

+ HÉCTOR CUBILLOS PEÑA - Obispo de Zipaquirá

El mes de noviembre se inicia con la gran fiesta de todos los Santos; la celebración jubilosa que contempla la multitud inmensa de todos aquellos que han alcanzado el destino último, la meta última a la que Dios llama a todos y cada uno en la historia de la humanidad y de la Iglesia. La mirada nuestra hacia todos ellos no es otra cosa que el reconocimiento de los que han alcanzado la invitación de Dios “Sed santos porque yo soy santo” (Levítico 11, 44) y la hecha por Jesús en el evangelio: “Sed perfectos como el Padre celestial es perfecto” (Mateo 5, 48); el Santo es el que ha alcanzado en un alto grado el amor a Dios y al prójimo a la manera de Jesús. Llegar a ser santos no es algo inalcanzable, siempre será posible para cada uno porque para esta meta se cuenta con la luz, el amor y la fuerza del Espíritu Santo. El Santo es quien ha alcanzado el amor en su camino discipular imperfecto y esforzado en la tierra y en su plenitud y gozo pleno y para siempre en el cielo. El sufrimiento, el dolor, las penalidades tendrán, según la promesa de Cristo, un final para que se dé el paso, de la mano de Dios a la paz y la vida plena sin fin.


La oración que se entona en la Misa en las fiestas de los santos en la Eucaristía antes del canto de “Santo, Santo, Santo”; brinda unas indicaciones de gran valor para nuestra vida cristiana y para nuestra relación piadosa con ellos.


Primero. Los santos nos ofrecen un testimonio admirable de la acción de Dios y de su amor: los santos, canonizados o no son la muestra de lo que Dios es capaz de hacer en nosotros. Son aquellos en los que el triunfo del amor de Dios sobre el mal y el pecado es una clara evidencia. Con su apertura y colaboración con la ayuda divina son ejemplo de vida, de fe, de amor y de esperanza. Nuestra relación con los santos, con unos en especial o con todos siempre será motivo para alabar, admirar y agradecer a Dios. Los santos son aquellos que con Dios en su morada son felices; ya no tienen las sombras del mal o del egoísmo.


Segundo. Los santos son la prueba ardiente del amor divino: en los santos se ha de encontrar la predilección especial de Dios para con los seres humanos. El Dios que es amor, ama a todos sin ninguna discriminación; el Padre celeste no quiere la destrucción de ninguna de sus creaturas. El amor de Dios busca que cada uno y todos juntos nos parezcamos a Jesús. El amor de Dios que hizo que su Hijo nos demostrara quién es Dios y de lo que es capaz a través de la muerte y la resurrección de su Hijo. Este ofrecimiento a cada uno no lo hace ningún ser humano o ninguna cosa creada. Solo Dios lo puede ofrecer; y por tanto, se ha de acoger con toda la confianza y seguridad.


Tercero. Los santos son estímulo para todos en el camino de la vida: toda relación con los santos para que sea enriquecedora hace brotar del corazón el deseo y el anhelo de proseguir el camino discipular de Cristo. Los santos en su existencia terrena van asemejándonos cada vez más a Jesús y por tanto van irradiando su fe, su amor, su caridad, sus perfecciones y su felicidad misma. La santidad estimula a la búsqueda de Dios. Los santos proponen e invitan a proseguir en medio del combate contra el mal, el error y la tentación. La gracia de Dios protege, fortalece y advierte al que, con sinceridad, realismo y fortaleza camina por el sendero de Jesús.


Cuarto. Los santos interceden desde su morada de gloria: la caridad lleva en sí misma la solidaridad; por eso son intercesores ante Dios Padre por los que se encuentran en peregrinación aun; ellos son hermanos que en Cristo y por Cristo suplican por nosotros; la indiferencia de los santos no existe. Sus brazos estarán siempre abiertos a la espera de los que van llegando a la casa de Dios. La relación con ellos a través de tantas formas y circunstancias como las oraciones de súplica no pueden dejarse de lado. La súplica principal de los santos es la que implora para los que viven aún en el mundo, la gracia para alcanzar esa misma meta de la que ellos ya gozan. Su intercesión no se reduce a los favores que remedien las necesidades y dolores materiales, físicos y espirituales. El anhelo de los santos está en que todos lleguen a unirse y participar de la alabanza al Señor en su luz, verdad y amor para siempre, en unión con los coros de los ángeles como lo pregustamos en este mundo al celebrar la Eucaristía.

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